jueves, 18 de noviembre de 2010

Cristo que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo

Cristo que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo
La medida del tiempo, usada comúnmente, determina los años, siglos y milenios según trascurran antes o después del nacimiento de Cristo. Pero hay que tener también presente que, para nosotros los cristianos este acontecimiento significa, según el Apóstol, la « plenitud de los tiempos », 193 porque a través de ellos Dios mismo, con su « medida », penetró completamente en la historia del hombre: es una presencia trascendente en el « ahora » (« nunc ») eterno. « Aquél que es, que era y que va a venir »; aquél que es « el Alfa y la Omega, el Primero y el Ultimo, el Principio y el Fin ». 194 « Porque tanto amó Dios al mundo que le dio su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna ». 195 « Pero al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer ... para que recibiéramos la filiación ». 196 y esta encarnación del Hijo-Verbo tuvo lugar « por obra del Espíritu Santo ».
Según Lucas, en la anunciación del nacimiento de Jesús María pregunta: « ¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón? » y recibe esta respuesta: « El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios
Mateo narra directamente: « El nacimiento de Jesucristo fue de esta manera: Su madre, María, estaba desposada con José y, antes de empezar a estar juntos ellos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo ». 198 José turbado por esta situación, recibe en sueños la siguiente explicación: « No temas tomar contigo a María tu esposa, porque lo concebido en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz a un hijo a quien pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados »
Por esto, la Iglesia desde el principio profesa el misterio de la encarnación, misterio-clave de la fe, refiriéndose al Espíritu Santo. Dice el Símbolo Apostólico: « que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo; nació de Santa María Virgen ».
« Por obra del Espíritu Santo » se hizo hombre aquél que la Iglesia, con las palabras del mismo Símbolo, confiesa que es el Hijo consubstancial al Padre: « Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado ». Se hizo hombre « encarnándose en el seno de la Virgen María ». Esto es lo que se realizó « al llegar la plenitud de los tiempos ». El misterio de la Encarnación de Dios constituye el culmen de esta dádiva y de esta autocomunicación divina.


A « la plenitud de los tiempos » corresponde, en efecto, una especial plenitud de la comunicación de Dios uno y trino en el Espíritu Santo. « Por obra del Espíritu Santo » se realiza el misterio de la « unión hipostática », esto es, la unión de la naturaleza divina con la naturaleza humana, de la divinidad con la humanidad en la única Persona del Verbo-Hijo. Cuando María en el momento de la anunciación pronuncia su « fiat »: « Hágase en mí según tu palabra », 201 concibe de modo virginal un hombre, el Hijo del hombre, que es el Hijo de Dios. Mediante este « humanarse » del Verbo-Hijo, la autocomunicación de Dios alcanza su plenitud definitiva en la historia de la creación y de la salvación. Esta plenitud adquiere una especial densidad y elocuencia expresiva en el texto del evangelio de San Juan. « La Palabra se hizo carne ». 202 La Encarnación de Dios-Hijo significa asumir la unidad con Dios no sólo de la naturaleza humana sino asumir también en ella, en cierto modo, todo lo que es « carne » toda la humanidad, todo el mundo visible y material. La Encarnación, por tanto, tiene también su significado cósmico y su dimensión cósmica. El « Primogénito de toda la creación », 203 al encarnarse en la humanidad individual de Cristo, se une en cierto modo a toda la realidad del hombre, el cual es también « carne », 204 y en ella a toda « carne » y a toda la creación.
El Espíritu Santo, que cubrió con su sombra el cuerpo virginal de María, dando comienzo en ella a la maternidad divina, al mismo tiempo hizo que su corazón fuera perfectamente obediente a aquella autocomunicación de Dios que superaba todo concepto y toda facultad humana. « ¡Feliz la que ha creído! »; 205 así es saludada María por su parienta Isabel, que también estaba « llena de Espíritu Santo », 206 En las palabras de saludo a la que « ha creído », parece vislumbrarse un lejano (pero en realidad muy cercano) contraste con todos aquellos de los que Cristo dirá que « no creyeron », 207 María entró en la historia de la salvación del mundo mediante la obediencia de la fe. Y la fe, en su esencia más profunda, es la apertura del corazón humano ante el don: ante la autocomunicación de Dios por el Espíritu Santo. Escribe San Pablo: « El Señor es el Espíritu, y donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad ». 208 Cuando Dios Uno y Trino se abre al hombre por el Espíritu Santo, esta « apertura » suya revela y, a la vez, da a la creatura-hombre la plenitud de la libertad. Esta plenitud, de modo sublime, se ha manifestado precisamente mediante la fe de María, mediante « la obediencia a la fe ». 209 Sí, « ¡feliz la que ha creído! ».


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